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Hace algunas semanas le dedicaba dos entradas (aquí y aquí) al tema de las burbujas turísticas en Estados Unidos, a partir de un texto de Dennis Judd. Y ayer me encontré con que en el canal de cable TNT estaban pasando Roger and Me, el excelente documental de Michael Moore, que ya había visto algunos años atrás, pero que ahora observé con nuevos ojos a la luz del tema de intentar convertir en turístico cualquier lugar.

Roger and Me cuenta como el cierre de las plantas de General Motors en Flint -el pueblo natal de Moore, ubicado en el estado de Michigan- convierte a la ciudad en el lugar con más desempleados del país. Más de 30 mil despidos causaron un brutal impacto en una zona donde la mayor parte de los puestos de trabajo estaban relacionados con la industria. Frente a semejante desastre, a los polìticos del Estado no se les ocurre mejor solución que convertir a Flint en un polo turístico. Poco importa si la zona carece de mayores atractivos; lo que hace falta, decían, era crear atracciones para conseguir que los visitantes llegaran en masa a la ciudad.

Así, se financia la construcción de un enorme hotel para convenciones, que cuesta 13 millones de dólares que salen de los fondos federales. A eso hay que sumarle un parque temático, AutoWorld, que celebraba el auto -si, el mismo objeto que estaba dejando de ser fabricado en Flint- como un símbolo de los Estados Unidos, y que costó U$S 100 millones. Hay más: también se creó un enorme mall de compras de cuatro manzanas, que seguramente también costó un dineral.

Los resultados fueron previsibles: atraer convenciones no es sencillo; de hecho las organizaciones que las coordinan cada vez piden mayores subsidios a los gobiernos locales si es que quieren recibir esa gran cantidad de visitantes. Así, tras apenas atraer a una convención de jugadores de bridge -o backgammon, no recuerdo exactamente que juego era- el hotel se fue a la quiebra. AutoWorld tardó apenas seis meses en seguir el mismo destino; pensado para tener un millón de visitantes, se fue a pique por la falta de interés de los turistas, que jamás llegaron en masa a Flint, a pesar de las inversiones sacadas de los impuestos de los contribuyentes. Y la mayor parte de los negocios del mall terminaron bajando las persianas.

El “caso Flint” es una muestra interesante de como no todo puede ser “turistificable”. No basta hacer hoteles enormes, subsidiar parques temáticos, inflar pobres atracciones. Uno entiende que la gente que trabaja en las direcciones de turismo de algunas pequeñas ciudades se esmeren en recomendarnos las “atracciones” del lugar. Pero cuando sus enfáticas palabras nos dirigen a playas pedregosas, a paisajes lunares o a la nada, lo más probable es que no aparezcamos nunca más allì.

El documental de Moore -más allá de si alguien pueda no coincidir con su postura política- es una durísima mirada sobre la reconversión laboral. En una ciudad que se vuelve crecientemente inhabitable, los trabajadores industriales se ven forzados a reconvertirse a los servicios, ya sea al turismo o el cuidado de presos en las cárceles. En el camino, obviamente, los sueldos cayeron de una manera brutal. Eso, claro, si ese ex trabajador industrial tuvo la suerte de encontrar algún trabajo. Y a pesar de estar filmada hace más de una década, conserva una enorme actualidad.

Un comentario en «Burbujas turisticas II»

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