Viajes, derechos y privilegios

Viajes, derechos y privilegios

La semana pasada Laura Reina, una periodista del diario La Nación, me pidió analizar algunas hipótesis para complementar su nota sobre la generalización de las escapadas y viajes cortos en plena temporada baja. La nota tenía como foco pensar por qué hoy una parte de la población argentina puede tomarse unos días de sus obligaciones laborales y educativas para hacer viajes cortos, muchas veces al exterior. Para darle un marco periodístico de novedad, el foco era analizar las razones por las cuáles el viajar podía justificar faltar a la escuela, por ejemplo. Pero también había otro tema de fondo: ¿viajar es un derecho o un privilegio?

La columna está publicada en La Nación. Mi idea en esta entrada era simplemente marcar algunos puntos específicos para pensar el tema de las “escapadas” en meses no habitualmente asociados al viaje.

Aeropuerto de Ezeiza, Buenos Aires, Argentina

Las razones políticas, laborales y turísticas

Tenemos, claro, algunas razones internas del mercado de viajes. El menor precio de los pasajes aéreos y la mayor conectividad entre destinos es uno de los temas. La manera en que los destinos y gestores oficiales de turismo vienen impulsando una menor estacionalidad es otra.

Hay razones que tienen que ver con el mercado de trabajo. Por un lado, mayor cantidad de personas que trabajan de manera independiente. Y otros que, aún bajo relación de dependencia, pueden tomarse algunos días de su período de vacaciones en diferentes momentos del año, en tanto dejen sus tareas planificadas y siempre se los pueda encontrar vía mensajeros instantáneos. Pero, claro, el tema no es tan simple con hijos en edad escolar. Viajar en otras épocas implica faltar a clases, y eso es algo a muchos les preocupa. Se puede, claro, decir que “viajar educa”, pero es difícil sostener que cualquier tipo de viaje -por ejemplo, uno orientado a compras- tenga el mismo valor desde lo educativo.

Hay razones políticas. Mayor cantidad de feriados, en particular de los llamados “feriados puente”, que con el tiempo ya no son sólo usados para viajar cerca. Son ocasiones para viajar al exterior para todos aquellos que pueden costear el viaje.

Hay, en todo caso, una relación entre factores que tienen que ver con el mercado laboral, político y de viajes. El resultado es una larga decadencia de la tradicional “temporada alta”. Que aún existe, pero que tiene mucha menos relevancia que antes. De hecho ya vemos hace tiempo como los destinos donde la temporada alta es más marcada están en seria desventaja frente a aquellos que logran atraer turistas la mayor parte del año. Simplemente porque ya no pueden seguir con la política de precios super altos en temporada alta; nadie quiere pagarlos. Problema: si cobran precios más razonables, no podrán hacer una diferencia que les permita solventar los gastos el resto del año, cuando no hay turistas.

Los derechos y los privilegios

¿Es viajar un derecho o un privilegio? Si tomamos en cuenta que sólo una parte bastante acotada de la población mundial puede viajar fuera de su país, parece bastante sencillo decir que es un privilegio.

Viajar, en todo caso, es un derecho en tanto el Estado no debería hacer nada para impedirlo. Pero que nadie impida viajar no significa que efectivamente podamos salir a conocer el mundo. Los recursos económicos, la disponibilidad de tiempo, nuestras obligaciones laborales y educativas son algunas de las posibles restricciones. Una buena parte de la población mundial vive en lugares con mala conectividad aérea, en países con dificultades para acceder a divisas o en donde el viaje no es un gran valor en sí mismo.

Al menos en Argentina, el viajar está revestido de una gran legitimidad y valoración desde lo social. Esa relevancia desde lo social es un buen punto de partida para pensar porqué buscamos viajar cada vez que se da la oportunidad. Pueden darse hoy algunas circunstancias coyunturales. Por ejemplo, un tipo de cambio que posibilita más viajes al exterior. Pero es evidentemente que el valor del viaje no es algo coyuntural; se ha formado y consolidado a lo largo de décadas. En ese marco, es claro que para muchos argentinos viajar es visto como un derecho ligado a una aceptable calidad de vida. Aún así, es sabido que en circunstancias puntuales podemos aceptar que ya no podemos viajar como antes. Por ejemplo, frente a una devaluación, o ante un incremento insostenible de la deuda con las tarjetas de crédito. El límite, finalmente, está en nuestra capacidad real de consumo.

La mayor parte de la población seguramente quiere viajar; pero sólo una parte puede hacerlo. En esa tensión entre “viajar como derecho a una mejor calidad de vida” y “viajar es un privilegio de una parte acotada de la población” seguramente vamos a encontrar un buen punto para pensar los relatos legitimadores del viaje, desde los económicos hasta los ligados con el discurso de la autoayuda.

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