Se ha repetido hasta el hartazgo que lo importante del viaje es la experiencia. Lo habrán leído muchas veces en artículos y papers sobre marketing. El viajero valora la experiencia y paga por ella. Sin embargo, a la hora de recordar el viaje, no nos basta el relato de la experiencia. Cargamos objetos.
Para comenzar, cargamos fotos. Las fotos no son simples imágenes testigo de las situaciones de viaje. Suelen estructurar buena parte de ellas. Vamos hasta ciertos lugares sólo para conseguir esa foto. Posamos por un buen rato para obtener una imagen divertida, o testimonial. Esperamos que otros turistas se vayan para conseguir una imagen del lugar sin tantos intrusos.
Cargamos souvenires. Sabemos que la mayor parte de ellos están hechos en China, o en serie. Pocos, muy pocos souvenires tienen algún sentido local. Algunas artesanías, en todo caso. Pero, a pesar de ello, seguimos comprando y cargando souvenires. Son objetos que nos llevan de regreso al viaje. La experiencia individual vuelve bajo la forma de un objeto manufacturado en serie.
Y hay otros objetos. Algunos guardamos pasajes, tickets, boletas. Compramos libros en el lugar que visitamos, porque no esperamos encontrarlos en casa -aunque a veces, finalmente, los encontramos a pocas cuadras de donde vivimos. Están las guías, que no arrojamos a la basura al volver a casa, y que conservamos, ajadas y llenas de notas a mano.
Podemos hablar mucho de experiencia. De lo inmaterial del recuerdo del viaje, que sólo se materializa en el discurso verbal, escrito o en las imágenes. Pero a la vez, estamos siempre cargando objetos de viaje. Objetos que le dan un sentido al viaje, que lo llevan más allá de la experiencia pero que a la vez sólo tienen sentido en relación a ella.
Será, entonces, que podemos hablar mucho de la experiencia. Pero que, mientras tanto, ya no sabemos donde guardar tantos objetos relacionados con nuestros viajes.
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