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En Las leyes de la simplicidad. John Maeda arranca con la idea de que la simplicidad es el producto de un proceso de reducción razonada, que lleva a eliminar pasos no necesarios. La simplicidad, entonces, es el producto, en particular en los productos del sector de la tecnología, de un complejo proceso de búsqueda de la interfz más sencilla para el usuario.

El ejemplo de Maeda es un viejo conocido de la movilidad urbana: el iPod, de Apple. Básicamente, todos los controles de este reproductor de MP3 se concentrar en una única rueda, que controla todo: la lista de canciones, el movimiento a través del menú, el volumen, la búsqueda de artistas, la ejecución de los juegos incluidos. Excepto la traba de la parte superior, además de la rueda sólo se encuentra la pantalla. El resto de la pequeña superficie del iPod, en particular del Nano, sólo es la cubierta de colores. El resultado es un producto que siempre llama la atención y que es lindo de ver, aunque su precio es particularmente exagerado en la mayor parte del mundo, en particular en los países más pobres. Apple, además, no se destaca justamente por colocar precios económicos a sus productos.

A pesar de ser el más simple, el iPod además es seguramente uno de los más caros reproductores MP3. Y lo interesante es que los consumidores estén dispuestos a pagar más por lo más simple. Se entiende, claro, el problema del consumo y de la percepción de la diferencia; la posesión de un iPod es un valor que excede la mera reproducción de canciones. Pero si abstraemos el problema de la diferencia en el consumo, tendremos algo simple pero de precio caro. Algo que salta a la vista, incluso si damos por sentado que llegar a esa simplicidad implicó un largo período de diseño por parte de Apple, que incluso ha ido variando con los diferentes modelos del reproductor, y se ha hecho cada vez más minimalista.

En un medio urbano, como en el que habitualmente suele usarse el iPod, esa simplicidad es enormemente valiosa. Implica, en un contexto lleno de ruidos, en el que muchas veces viajamos de manera bastante incómoda, tener la posibilidad de manejar el reproductor de una manera muy sencilla, con sólo un dedo y sin tener que estar saltando por un largo y complejo menú, como a veces pasa en los reproductores más económicos, como los tipo pendrive. La relación del iPod con esos entornos de la movilidad urbana es realmente muy interesante; ya bastante complejo es el entorno como para complicar más el manejo de nuestros dispositivos. Más de un diseñador de celular podría tomar nota de este proceso de diseño de productos simples pero que hagan todo lo que queremos.

Dos notas al margen. La primera, que esa notable simplicidad del iPod en tanto hardware no se traslade al software que lo maneja, el iTunes. Este programa es una de las peores experiencias de usuario que se pueden tener en la actualidad; lento, pesado, con una interfaz completamente poco amigable. Interesante, pero ni Apple puede llevar al fondo la idea de la simplicidad. Dos, que los entornos urbanos de muchos países no son nada amigables con la presencia de reproductores caros como éste; obviamente, lo que suele suceder es que una vez que hemos activado el iPod en casa, lo guardemos en un bolsillo, de ser posible con cierre, y ni se nos ocurra sacarlo en cualquier transporte público. Buena parte de las funcionalidades interesantes, como manejarlo de manera muy sencilla en entornos complicados, como un subte (metro) con mucha gente, se pierden en nombre de la seguridad. Si, ya sé: peor es que te lo roben :P.

Referencias bibliográficas
Maeda, John (2006) “La manera más sencilla de alcanzar la simplicidad es mediante la reducción razonada” y “La organización permite que un sistema complejo parezca más sencillo” en Las leyes de la simplicidad. Barcelona, Gedisa. En Argentina se vende por 59 pesos (algo menos de 20 dólares, precio indicativo, al menos ese valor pagué en Buenos Aires en una cadena de librerías).

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