(Acerca de La tierra es plana. Breve historia del mundo globalizado del siglo XXI, de Thomas Friedman)

En No logo, Naomi Klein analizaba como las nuevas cadenas de construcción de valor del capitalista usaban la tercerizacion de la producción hacia países subdesarrollados, lograban bajar los costos de su producción, pero a la vez hundían a millones de trabajadores bajo condiciones laborales muchas veces miserables, casi salidas de libros de historia. La tierra es plana, de Thomas Friedman, es casi su antítesis. Allí donde Klein marcaba que la tercerización había profundizado las tendencias injustas del capitalismo, Friedman señala lo positivo. Es casi como si ambos libros discutieran sobre el mismo punto, pero sólo haciendo énfasis en una parte de la historia.

La mejor cualidad del libro de Friedman es el hecho de focalizar de manera muy interesante la manera en la cual Internet y la conectividad están logrando que los trabajos y negocios cada vez se deslocalicen más. Con el paso de los años, cada vez importa menos en que lugar del mundo estamos, sea Estados Unidos, China o la India. En donde Klein sólo veía al viejo capitalismo disfrazado con ropas nuevas, Friedman ve un salto cualitivo en la forma en la cual las empresas han aprendido a vincularse de manera colaborativa para ganar más dinero. Y seguramente aquí reside el punto más interesante de La Tierra es Plana: quien no aprenda a hacer negocios en una nueva era conectada y colaborativa, seguramente quedará en el camino. Y para ello no importa el tamaño de la empresa. “Los pequeños actuarán como grandes”, dice Friedman, y enfatiza que la tecnología hoy es capaz de brindarnos una enorme cantidad de herramientas de negocios a costos muy razonables -o en algunos casos, de manera gratuita, como el caso del software open source.

Friedman es decididamente un determinista tecnológico, y lo reconoce así. Está completamente convencido de que a mayor “aplanamiento” -o sea, a mayor globalización-, al mundo le irá mucho mejor. Las poblaciones del Tercer Mundo podrán integrarse a este nuevo orden, como marcan los ejemplos de la India y China. Pero para ello, exagera un tanto la nota; más bien, ciertas zonas del mundo se están “aplanando” -esto es, integrándose en las nuevas cadenas de creación de valor del capitalismo- mientras que otras, a veces situadas a apenas decenas de kilómetros de distancia, se hunden en la más irremediable miseria. Hay varias globalizaciones al mismo tiempo, y no todos se pueden subir a la más beneficiosa. Así, mientras él se ocupa mayormente de a los que le va bien, Klein se ocupaba en No Logo básicamente de aquellos que sufrían las peores consecuencias de la ola de tercerizaciones motivada por las nuevas formas de hacer negocios. Los ganadores, las marcas, eran enfrentadas a la miseria que se escondía por detrás de aquella forma de hacer negocios, que les permitía ganar millones mientras otros literalmente eran esclavizados por trabajos degradados y salarios misérrimos.

Seguramente, lo más flojo del libro de Friedman es la segunda parte. Aún cuando exhiba un entusiasmo por la globalización, Friedman siempre se está dirigiendo a sus lectores estadounidenses. De hecho, esa segunda parte del libro busca responder la pregunta: ¿qué debe hacer Estados Unidos para que el aplanamiento del mundo no le quite sus actuales ventajas competitivas? Y para ello, hace un repaso por la educación, la polìtica internacional, las decisiones de los políticos. Y allí se nota que la geopolítica no es el fuerte de Friedman. Por ejemplo, cuando habla de Al Qaeda, los califica de “islamo-leninistas”. La idea es que usan el concepto de vanguardia para llevar a cabo sus objetivos de “liberar” al pueblo árabe. Ahora bien: ¿acaso Al Qaeda levanta algún otro concepto de Lenin y se apropia de él? No. Para empeorar las cosas para Friedman, las bases de Al Qaeda se formaron justamente en la guerra de Afganistán contra la Unión Soviética, y en la cual recibieron dinero de Estados Unidos -de eso ya hablé aquí. O sea, que estos “islamo-leninistas” se formaron peleando contra el comunismo, con fondos estadounidenses. Obviamente, el calificativo de Friedman no resiste en este sentido el más mínimo análisis.

La tierra es plana es un libro interesante hasta la página 235, donde Friedman se dedica a cartografiar las fuerzas económicas, sociales y políticas que están “aplanando” la Tierra. Podemos estar en desacuerdo con sus asunciones políticas y con su optimismo. Incluso, es posible señalar que en muchas ocasiones exagera la nota para fortalecer sus argumentos. Pero no deja ser un libro realmente interesante para leer, y dar cuenta, a través de los casos analizados, como está cambiando la forma de construir valor en el posfordismo. Más allá de la página 235, el libro comienza a caer, y se parece más a una recopilación de artículos más bien inconexos, y no demasiados atractivos.

Referencias bibliográficas

Friedman, Thomas (2005) La tierra es plana. Breve historia del mundo globalizado del siglo XXI. Madrid, Martínez Roca, 2006.
Klein, Naomi (2000) No logo. El poder de las marcas. Barcelona, Paidós, 2001.

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