Viaje y migracion: sobre los objetos del estudio y su valor en el mercado academico

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En los interesantes aunque algo esquemáticos “Retratos de viajeros”, Tzvetan Todorov afirma que “el turista es un visitante apresurado que prefiere los monumentos a los seres humanos (…) La ausencia de encuentros con sujetos distintos es mucho más reposante, puesto que ésta jamás pone en tela de juicio nuestra identidad” El impresionista, en cambio, “es un turista muy perfeccionado (…) Tiene mucho mós tiempo que el vacacionista; luego, extiende su horizonte hacia los seres humanos y (…) se lleva a su casa, ya no simples clichés fotográficos o verbales, sino, digamos, esbozos, pintadas o escritos. No obstante tienen en común con el turista el permanecer únicamente como sujetos de la experiencia” (Todorov, 1991:388-389). Aún cuando la conceptualiza negativamente, Todorov apunta, en particular con respecto al impresionista, al turista como “sujeto de la experiencia”, y apunta el valor de la interpretación, que las nociones de “no lugar” o el simulacro niegan.

Ese rescate de la experiencia es la que aparece, aunque rescatada en forma positiva, en una serie de autores. Es desde el valor de lo experiencial que parten las preguntas de James Clifford: “¿Cómo viajan las diferentes poblaciones, clases y géneros? ¿Qué tipo de conocimientos, historias y teorías están produciendo?” (Clifford, 1989). Tales preguntas necesitan, desde ya, de una problematización de las prácticas sociales y los cambios y consecuencias asociadas a ellas.

Sin embargo, las corrientes académicas más recientes que tomaron al viaje como objeto de estudio tienden a focalizar al viaje, por lo general, a partir de los procesos migratorios, aunque enfatizan el hecho de no establecer rupturas binarias con el turismo u otras formas de traslado. De todas maneras, es claro que la migración como objeto de estudio sigue conservando en el ámbito académico una respetabilidad que no tienen otras maneras de desplazamiento.

“Todavía creo en el viaje (…) El viaje provee la posibilidad para un desarraigo intelectual, para una desterritorialización que puede ser canalizada en la lucha contra la xenofobia y el racismo que están en alza en los Estados Unidos y Europa (…) Como Iain Chambers explora evocativamente en Migración, Cultura, Identidad, el hecho de la migración contemporánea y el nomadismo constantemente cambia, a través de nuestra experiencia diaria, la confianza en el unitario, occidental modo de interpretación, y nos fuerza, en cambio, a relacionarlo con las contingencias históricas y culturales de interpretación y representación” (Dubois, 1995:316). Así como señalamos en artículos anteriores con respecto a las críticas de nociones como los no lugares, es preciso tomar distancia de ciertas visiones voluntaristas que tiñen al traslado, la migración o el turismo de una valoración intrínsecamente positiva, y que corren el riesgo de perder de vista la importancia de la cuestión del poder y el conflicto. Al fin y al cabo, la literatura de viajes ha servido, en muchos casos, a los interesas coloniales e imperialistas, tal como revisa Pratt (1992). No sólo porque recolectaron información importante para los centros europeos, sino también porque en muchos casos sólo sirvieron para reforzar imaginarios sociales condenatorios con respecto a los “conquistados”, los “extranjeros”. Aquí aparece, por ejemplo, la importancia de la literatura de viajes en la construcción de la imagen negativa de los países de “Oriente” como contrapuestos a la tradición occidental, que es construida como “racional” y “superior” (Said: 1978). Por otro lado, una visión demasiado positiva hace difícil conectar esos viajes con las condiciones políticas y socioeconómicas globales que los estimulan o provocan.

Tal vez la noción a revisar es la de la “autoridad” –en el sentido de Clifford (1988)- del viajero como narrador / enunciatario más autorizado para hablar sobre los otros por el simple hecho que ha viajado. La relación entre texto y experiencia es muy compleja, y poco hacemos a favor del estudio de esa relación si sólo lo creemos determinado sólo por el “texto” (como los no lugares o el simulacro”) o por la experiencia –como si no fuera necesario inscribir esta última en estructuras o lógicas que la contextualizan, o estudiar su relación con los imaginarios sociales históricamente consolidados. Ello sin olvidar que en el “sentido común” cotidiano el “estar allí” de un viajero es visto como una fuente de autoridad casi indiscutible para hablar sobre otros países o culturas.

Bibliografía

Clifford, J. (1988) “Sobre la autoridad etnográfica”. En Dilemas de la cultura. Antropología, literatura y arte desde la perspectiva posmoderna. Barcelona, Gedisa. 1995.
Clifford, J. (1989) “Notes on travel and theory”. En Inscriptions, vol. 5.
Dubois, L. (1995) “Man’s darkest hours: maleness, travel, and anthropology”. En Behar, R. & Gordon, D. (eds.) Women writing culture. Berkeley and Los Angeles, University of California Press.
Pratt, M. (1992) Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación. Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1997
Said, E. (1978) Orientalismo. Madrid, Libertarias, 1990.
Todorov, T. (1991) “Viajeros modernos”. En Nosotros y los otros. Reflexión sobre la diversidad humana. México, Siglo XXI.

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