Cuando en enero quedamos varados en una zona poco habitada de El Alto, el municipio que se encuentra al lado de La Paz, la capital boliviana, tuvimos muchas horas para charlar con todos los que habían quedado varados allí. Recuerdo que me llamó la atención que todas las casas fueran de ladrillos huecos sin revocar. La explicación de otro argentino que está viviendo en Bolivia hace mucho: se trata de una cuestión de status. Al parecer, en el entorno urbano tener una casa de material, que no sea de adobe, es un signo de distinción social. Y esto a pesar de que todos señalan que el adobe es mejor para mantener las casas cálidas, algo fundamental en el frío clima del altiplano boliviano.


Ahora bien, me preguntaba como es que dotamos de verosimilitud a ciertos relatos sobre el mundo. Esto es, porque nos pareció en aquel momento una explicación plausible sobre el mundo que nos rodeaba. Que, por cierto, no era el típico mundo del turista. Se trataba de una pequeña población dentro del municipio de Acha, en donde apenas si había un bar y algún almacén donde comprar algo, en donde las calles son casi todas de tierra.

Cuando viajamos, solemos encontrarnos con esas explicaciones específicas sobre alguna característica del entorno. A veces, le damos cierta verosimilitud en tanto son hechas por alguna persona que por alguna razón nos merece cierta confianza -sea por amistad o porque vive en ese lugar hace tiempo. Pero en muchas ocasiones tomamos esas explicaciones sólo porque no tenemos otras a mano. Nada en este mundo nos puede ser incomprensible; esa esa “pulsión por el significado” la que nos mueve siempre a hallar alguna teoría ordenadora del mundo.

Como cuando encontré un palo de un buen tamaño al lado de una ducha eléctrica en un hotel bastante económico, en Potosí. ¿Qué haría allí? El encargado del hotel me explicó que era por si alguien se quedaba “pegado” por la electricidad; de un buen palazo lo sacaban. Aún hoy sigo queriendo creer que era una broma.

Pero también nosotros solemos usar ciertas imágenes como una forma de dotar de mayor verosimilitud a nuestros relatos. Así, no todo el mundo me cree acerca del tema de la peligrosidad de la ruta La Paz – Coroico, en particular cuando aún era doble mano. Así, les marco, un pequeño detalle. La primera vez que hice ese camino, compré el pasaje y me encontré al chofer y algunas personas más rezando y bendiciendo la combi. De más está decir que viajé el resto de viaje completamente aterrorizado. Igual estoy bien, no se preocupen :).

¿Por qué será que me creen? En cierta medida, porque le dan a mi relato cierta verosimilitud en tanto construyo mi relato desde el infalible “yo estuve ahí”, que siempre es difícil de rebatir para quien sólo vio algo por televisión. O, lo que es peor, ni siquiera escuchó de ese lugar. El problema es, claro, cuando nos encontramos con alguien que disiente de lo que decimos, y estuvo allí. En ese momento, la estrategia pasa por otros lados; por ejemplo, cómo decidir quien de los dos es más verosímil. Tarea nada sencilla, y que implica un sutil trabajo de acuerdos y enfrentamientos, como para salir bien parados -en el caso de que tengamos menos información- o de demostrar que somos quienes tenemos razón -en el caso de que tengamos mucho más conocimiento de la situación.

En el fondo, como verán, este tema supera al del turismo, y más bien se ancha en otro mucho más general: como dotar de verosimilitud a un relato sobre el mundo. De eso, claro, podríamos hacer otro blog.

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