El mundo no es una representación II

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La semana pasada tomaba el texto de Renato Rosaldo -“Después del objetivismo”- para analizar el problema de las relaciones entre representación y etnografía. En particular, el uso de la noción de “ritual” como forma de tomar distancia del otro, de ver todas sus prácticas como convenciones sociales desprovistas de toda posibilidad de emoción e improvisación.

Uno de los problemas centrales de focalizar en exceso las representaciones es la de olvidar que éstas son importantes cuando se materializan en prácticas significativas, o se plasman en estrategias que legitiman ciertas maneras de ordenar el mundo. El racismo no es sólo una representación que ve al mundo como poblado por seres con diferentes derechos y obligaciones; es además un cuerpo de prácticas que legimita y permite que esa representación del mundo perdure. Imágenes y prácticas son así caras de un mismo fenómeno, que no está escindido sino fuertemente relacionado.

De todas maneras, la distancia entre analista y grupo analizado permanece ahí, aún cuando discutamos la mejor manera de “representar” a ese otro. Por un lado, no puedo dejar de compartir con Rosaldo esa decepción por eliminar por completo a las emociones de toda descripción etnográfica. Pero por otro, no puedo dejar de comprender porqué a veces el “etnografiado” no está nada contento con el análisis del etnógrafo. Al fin y al cabo, en tanto analistas no usamos las palabras de la tribu para describirla. Más bien, nos concentramos en sus prácticas y las vemos desde otro punto de vista. Por ejemplo, las relacionamos con una estructura diferente de significación, las cruzamos con otras observaciones, vemos cosas relevantes en donde los nativos simplemente no considerar haya nada demasiado interesante. Al no tomar a esa cotidianeidad como “algo de todos los días”, logramos ver el laborioso proceso por el cual los procesos de sentido común se naturalizan, como ya hace mucho tiempo analizaron los etnometodólogos.

Casi por fuera de ésto (o casi otro tema) se encuentra la discusión de porqué casi siempre son los mismos -de manera muy esquemática, los blancos occidentales- los que han tenido -y tienen- la autoridad de representar a los otros, vistos, claro está, siempre como “grupos étnicos”. Categoría que por lo general no suele alcanzar al grupo dominante.

Igual, uno sabe que no siempre tomar distancia significa algo bueno. Alguna vez, nos topamos con una turista estadounidense que estaba convencida que en Buenos Aires las líneas de colectivo eran de distinto color para permitirle a la gente analfabeta poder distinguirlas. Si tenemos en cuenta que la tasa de alfabetización en Argentina es de más del 96%, podremos ver que en realidad esa “representación” del mundo escondía cosas más profundas. Claro, en Estados Unidos las líneas de buses urbanos suelen compartir todas el mismo color, pero por lo general porque pertenecen a las alcaldías o al Estado. En Argentina, en cambio, son de distinto color porque pertenecen a empresas privadas diferentes, que las pintan del color que quieran. Y no, no se trata de una señalización para analfabetos…

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