La movilidad no es un estado natural. Esto es, las tendencias a la deslocalización, al nomadismo simbólico, al cambio permanente, no son circunstancias que podamos calificar de unidas, sin más, a la presunta existencia de una identidad esencial del ser humano. La movilidad es un estado de cosas derivado de las necesidades económicas, sociales y políticas del sistema en el cual vivimos -pongánle el nombre que quieran: capitalista, liberal, neoliberal, posfordista, toyotista. Hay varias razones para entender a la movilidad como un producto social, un punto que a veces se nos escapa.

La movilidad no unifica a la humanidad; más bien, en la actualidad, se constituye como una diferencia. No sólo hay distintas formas de moverse -asociadas al turismo y la migración por ejemplo. Como recordaba Bauman en Modernidad líquida, para algunos la movilidad es una elección, pero para otros una obligación. Moverse de un lado a otro por placer o escapando de una guerra son motivaciones tan diferentes que la sola idea de unirlas bajo causas similares debería obligarnos a ser más cuidadosos con los términos de análisis que elegimos.

Pero a la vez, la movilidad es, como todo buen concepto trabajado en las ciencias sociales, una noción relacional, como enfatizan Albertsen y Diken (2001). Si percibimos el movimiento, es porque otras cosas están quietas y sirven como punto de referencia, aunque sea simbólico. En cierta medida, la movilidad puede engendrar, de manera dialéctica, la inmovilidad. El aumento de las velocidades de transmisión de datos y el vértigo de las conexiones de banda ancha contrastan con nuestra inmovilidad frente a la computadora.

Albertsen y Diken retoman, a la hora de pensar la movilidad, la noción de nomadismo de Deleuze y Guattari. La idea es que el nómade no se basa en la oposición entre movilidad e inmovilidad, sino entre velocidad y movilidad. Movernos demasiado rápido puede llevarnos, simplemente, a una rutinización del movimiento, a que éste pierda de tal manera su sentido que nos neguemos a interpretarlo. Como ya saben los mochileros más consecuentes, para que la movilidad tenga sentido a veces hay que saber detenerse, estacionarse por un par de dìas en el mismo lugar, refrenar las ansias de saltar demasiado rápido de un lugar a otro.

La naturalización de la idea de movilidad -esto es, que el estado de cosas en esta sociedad nos lleva naturalmente a movernos constantemente, tanto de manera física como simbólica- nos puede hacer perder de vista sus relaciones con el poder y la estratificación social. No estoy diciendo, claro, que haya una relación causal directa entre riqueza y movilidad -para decirlo más simple: los ricos viajan más, deben tomar decisiones más rápido, tienen conexiones a Internet más veloces-. Como ya hemos mencionado, en algunos casos sectores muy pobres, como los refugiados de las guerras se ven obligados a moverse constantemente, sin que eso pueda ser asociado a riquezas materiales.

Una mirada crítica al concepto de movilidad, como el que proponen Albertsen y Diken, implica no perder de vista su carácter relacional, así como tampoco podemos olvidar que existen formas muy diferentes de movernos en el mundo, tanto en el viaje físico, como el inmaterial o simbólico que se da a través de las redes de comunicaciones.

Pensarnos como viajeros implica que no podemos olvidar que existen no sólo otras formas de movimiento, sino también que no todas las maneras de movernos pueden ser fácilmente convertidas en objetos románticos. A veces, la movilidad crea y naturaliza la diferencia entre las personas, convierte el traslado en una mercancía, o simplemente engendra nuevas estrategias de inmovilidad.

4 comentarios en «Movilidades naturalizadas»

  1. Great post!

    “La idea es que el nómade no se basa en la oposición entre movilidad e inmovilidad, sino entre velocidad y movilidad.”

    Pero esto sugiere, para mi, que la movilidad realmente es un estado natural…

    “La naturalización de la idea de movilidad nos puede hacer perder de vista sus relaciones con el poder y la estratificación social.”

    ¿Es posible que nos puede hacer entender que estas relaciones también son moviles? Estoy de acuerdo con Bauman que “para algunos la movilidad es una elección, pero para otros una obligación” – pero con su carácter relacional, la movilidad también nos enseña que el poder y la estratificación social pueden estar conectados con procesos (becoming) así como con estructuras (being).

    (please forgive my imperfect Spanish :))

  2. Anne, siempre serás bienvenida a este blog. Es cierto que mi entrada puede dar la impresión de que no estoy concibiendo a los procesos de construcción de poder y de estratificación social como móviles. Efectivamente lo son, incluso cuando uno analiza desde teorías como las de Antonio Gramsci. La construcción de un bloque histórico, por ejemplo, requiere de estrategias que se adapten de manera contingente a los cambios de las relaciones entre grupos, y a la conciencia del subordinado de las desventajas de su situación. Si arrancamos desde la teoría de Bourdieu, es claro que la construcción del capital simbólico -clave en el tema del poder y las relaciones estratificadas- no es un proceso mecánico, sino que está atado a las trayectorias personales en el campo y las modificaciones en las relaciones entre grupos y estrategias legitimas de ganar capital.

    El problema, claro, es la que la palabra “estructura” sugiere algo tan estático, fundado en la historia, que a veces se nos hace difícil reverlo de manera tan que podamos integrarlo con posturas teóricas que lo relacionen con conceptos como “movilidad”. Pero definitivamente, si hablamos de procesos, no podemos dejar de tomar en cuenta el tema de lo móvil. A tal punto, que muchos de los análisis sobre nuestra sociedad recurren, muy seguido, a la metáforas relacionadas con el movimiento y el viaje.

  3. Anne, por cierto, no hay problemas que dejes comentarios en inglés, seguramente te sentirás más cómoda escribiendo en ese idioma.

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