Hace un año escribía en este blog: “Pocas afirmaciones del entorno académico le causan tanta gracia a un viajero como aquella que dice que las fronteras cada vez son menos importantes. Al parecer, los estados nación decaen, y con ellos sus límites, que deberían hacerse más permeables. Pero nada de eso pasa cuando viajamos. Acercarnos a las fronteras es un proceso siempre complicado, marcado por las inspecciones de nuestros pasaportes, los intentos de estafa en el cambio, el ingreso a un entorno nuevo. Cuando se mueve, el viajero descubre que las fronteras no son agonizantes símbolos de un mundo que se va, sino que se encuentran con buena salud. Y que articulan prácticas particulares, tanto para los nativos como para los viajeros”. Cuando releí esta entrada, me puse a pensar cómo en realidad el texto reflejaba mi incomodidad frente a las afirmaciones sensacionalistas, llamativas, pero en el fondo poco realistas. Hay muchos rótulos que entran en esa categoría: los no lugares, el fin de la modernidad, la desaparición de las fronteras, los simulacros, el adiós a lo real y la bienvenida de lo virtual.

La principal razón de mi molestia es lo poco que estas afirmaciones “sensacionales” nos dicen sobre nuestras prácticas, más si éstas se encuentran fuertemente localizadas. Es posible que nuestra vida cotidiana se encuentra cada vez más estetizada, simbolizada, semiotizada. Pero cuando eso nos hace olvidar el referente, el soporte material, entonces las cosas no están bien planteadas.

Y el tema de la decadencia de las fronteras entre en este marco. Los cruces de frontera suelen ser toda una fuente de descubrimientos y peligros. Antes que meros formalismos, nos encontramos con que estos límites articulan buena parte de las prácticas materiales de los actores sociales de la zona. Que aprovechan las oportunidades del cambio, del contrabando, del paso de turistas, para poder sobrevivir económicamente.

Frente a la incertidumbre del viajero frente al paso fronterizo, uno no puede dejar de ver con cierto escepticismo aquello de la decadencia de las fronteras, del “arrollador” avance de lo global. La circulación de productos es cada vez más libre, pero las personas cada vez tenemos más trabas para movernos, en particular desde los países subdesarrollados hacia los más ricos. Y mientras algunos países europeos discuten crear verdaderos campos de concentración en el Norte de ??frica, otros siguen sin repensar las relaciones entre límites, fronteras y prácticas materiales.

Eso sí: no está mal eso del sello en el pasaporte. ¿Se dieron cuenta que importante es como capital personal del viajero la creciente presencia de sellos de entrada y salida? Creo que hasta daría para escribir una futura entrada.

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