La autenticidad como un concepto explicativo

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¿Cuáles han sido las circunstancias que han posibilitado que la noción de autenticidad se haya hecho tan popular en los análisis más modernos sobre turismo? Utilizado primeramente en los estudios académicos, el concepto de autenticidad terminó en los artículos periodìsticos y hasta en las novelas, como en Plataforma, de Michel Houllebecq. Mi hipótesis es que la noción de autenticidad aparece revestida de un enorme valor explicativo; en primera instancia, parece posible articularlo con una gran cantidad de temas y prácticas turísticas. En primer lugar, nos dicen porqué viajan los turistas: para conocer a otras personas “auténticamente diferentes”, que cuentan con una “cultura diferente” y que por lo tanto son novedosos y atractivos. En segundo lugar, plantea una relación particular entre turista, que tiene el dinero pero carece de una cultura “auténtica”, y el nativo, más pobre pero “más rico culturalmente”. Políticamente, estas visiones de la autenticidad se plasman en una idea que se presenta como positiva: que las relaciones de alteridad, lejos de convertirse en vehículos de enfrentamientos étnicos sangrientos, pueden convertirse en vehículos de progreso económico para las comunidades que reciben a los turistas.

Como ya tratamos en [url=https://blogdeviajes.com.ar/comments.php?id=P62_0_1_0_C]una entrada anterior[/url], estas ideas positivas tienen muchas dificultades. En primer lugar, el ideal de alteridad no conflictiva no es más que una ilusión. El rescate de las culturas auténticas en el turismo termina muchas veces en un simple estereotipo asociado a unas pocas imágenes. Más que la revalorización de ciertas culturas, lo que existe es una jerarquización de ciertos elementos locales que pueden ser convertidos en mercancía turística. Aquellos atributos que no puedan ser representados como imágenes tienen pocas posibilidades de hacerse reconocidos.

En segundo lugar, está claro que la diferencia no es algo dado, sino más bien el producto de la relación entre nativos y turistas, en la cual los primeros son “auténticos” cuando son como los imaginan los turistas. Como puede observarse sin demasiada dificultad en muchas poblaciones de Amárica Latina, los nativos se visten de determinada manera para recibir a los turistas; apenas estos se van, vuelven a las remeras, jeans y zapatillas. La noción de autenticidad no puede decirnos mucho en este punto, salvo que la trabajemos en tanto un efecto del discurso, en relación con determinaciones económicas, sociales y políticas.

A pesar de las críticas, me sigue sorprendiendo como el marketing reutiliza la idea de autenticidad para promover nuevos destinos turísticos. En Plataforma, Michel Houllebecq destroza cínicamente este ideal: el conocer a “auténticos nativos” es en el fondo una relación desigual entre europeos aburridos que pueden pagar y nativos pobres que quieren recibir ese dinero. En ese planteo, todo vale, entre ellos la industrialización del turismo sexual en lugares como el sur de Asia, Cuba y Brasil. No deja de ser atractivo, en particular para quienes analizamos las dimensiones sociales del turismo en tanto objeto de estudio, formalizar y describir las imágenes con las que la industria representa la “autenticidad” de los nativos.

Por cierto, no estoy pensando en la idea de “autenticidad” en relación a las posibilidades de conocer al otro en contextos turísticos. Hay muchísima bibliografía que analiza los problemas de los turistas y viajeros a la hora de describir otros lugares y naciones -falta de tiempo, escasa interacción con los lugareños, tendencia a encerrarse en guetos turistificados como hoteles y bares-. Este tema decididamente merece una entrada aparte.

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