Sobre los porteños y las representaciones

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(Acerca de los comentarios de Emme sobre mi texto Hombres Capaces).

Las representaciones no son verdaderas ni falsas. Son verosímiles. Esto es, aparecen como “verdaderas” a quienes logran ver a través de ellas al mundo como más comprensible, más explicable. Las representaciones son parte de nuestra cotidiana. Desde el sentido común, desde ya, no las tomamos como verosímiles; las interpretamos como VERDADERAS y punto. Así, los “norteamericanos son así” y los “porteños son asá”. Generalizamos a base de experiencias aisladas, que tienen como única autoridad el “yo estuve ahí”. Pero en el fondo, esas generalizaciónes no son sostenibles metodológicamente desde ningún punto de vista.

La representación sobre el carácter soberbio e intolerable de los porteños, o sobre su carácter de “vagos”, como marcan algunas guías, es tan verosímil para mucha gente como otras frases: “los franceses no se bañan”, “las brasileñas son calientes” o “los colombianos son narcotraficantes”. El hecho de que algunos porteños, franceses, brasileños o colombianos cumplan con estas condiciones no implica, desde ya, que se pueda generalizar de una manera absoluta. Por desgracia, a la larga se lo hace. Así, Brasil es el principal destino de turismo sexual de América Latina, y los colombianos tienen terribles problemas en los aeropuertos, ya que su equipaje es revisado casi de una manera salvaje. Es injusto, y vale la pena señalar la injusticia de estas generalizaciones.

Con el párrafo anterior quiero dejar en claro que no sostengo que las representaciones no tengan una base empírica. Esta claro que la construcción del porteño como soberbio tiene raíces históricas muy profundas, en buena parte construidas por los mismos porteños.

Lo que sí rechazo es la construcción esencialista que sostiene que cualquier estadounidense o europeo es, por el sólo hecho de ser considerado estadounidense o europeo, genéticamente superior o intrínsecamente más capaz. Este tipo de lecturas son de lo más comunes. Así, he contado como las guías tienden a equiparar lo bello de Buenos Aires con lo “bello” y lo decadente con lo “latinoamericano”. Este tipo de construcciones son sólo son etnocéntricas; son directamente racistas. Y ahí no cedo: me molestan profundamente y creo es posible argumentar su endeblez teórica, y ayudar a desacreditarlas.

En tanto no hay ninguna representación “verdadera” -esto, cuyo carácter de verdad sea ontológicamente obvio a cualquier persona- es absolutamente imposible captar “la personalidad (en general) de los porteños”. Se trata de una construcción en particular que a alguien -o a un colectivo de personas- le puede parecer verdadero. Pero no tiene porqué serlo para el resto del mundo, y no tiene más autoridad que mi opinión o la de muchos otros que pensamos diferente. La categoría “porteño”, como tantas otras, designa a un grupo complejo, caracterizado por múltiples tendencias y diferencias, que es imposible de ser abarcado de manera tan simple. En el fondo, Emme, tu generalización acerca del carácter de “ego exacerbado” de los “porteños” -fijate que no hablás de algunos porteños, hablás de todos- a partir de tu experiencia en una disco suena tan injusta como si yo partiera del hecho de haber sido robado dos veces en Quito en cuestión de minutos -y luego ser tratado de analfabeto por la policía cuando fui a hacer la denuncia- para hablar de todos los ecuatorianos -colectivo nacional que para los argentinos es algo obvio, pero que vos como ecuatoriana sabés que no es nada simple de describir-. Siempre he intentado que el árbol no me tape el bosque; las experiencias malas que he tenido en Ecuador no me han hecho perder de vista que el resto de la gente me trató muy bien y que el país es de una belleza extraordinaria.

Soy consciente de la horrible fama de los porteños -colectivo en el que, quiera yo o no, soy incluido. Siempre que viajé por América Latina, intenté ocultar mi acento hasta que, una vez que entraba en cierta confianza con las otras personas, podía revelar mi horrible secreto: que era argentino. Invariablemente, recibía la misma frase: “eres demasiado buena gente para ser argentino”. O la variante “es argentino, pero buena gente”.

El hecho de no sentirme culpable de esa imagen del “argentino” o del “porteño” -algo que un número demasiado alto de descebrados compatriotas han ayudado a construir- no significa que, en el fondo, no deba hacerme cargo del estigma de argentino. Que, por suerte, no es tan pesado ni tan difícil de superar.

Por cierto, una aclaración pertinente con respecto al “tono” de la escritura. Las palabras siempre suenan rotundas, directas. Sé que tal vez quien lea esto pensará que escribo “enojado” u “ofendido”. Nada que ver. La intervención de Emme me sirve para poner en claro algunas ideas que tenía -bueno, aún tengo- bastante desordenadas. Así que sólo se trata de un ejercicio de escritura, y no de una respuesta emocional. Además, por cierto, Emme no deja de escribir en los comentarios de este blog un montón de ideas interesantes, que espero, claro, siga escribiendo en el futuro :).

Aunque tal vez a veces mis respuestas sean un poco más emocionales. No es raro para mí trabajar 12 ó más horas por día. Y cuando leo en esas guías que “los porteños son vagos”, me dan ganas de pararme frente a su autor para decirle, muy simplemente, que se vaya bien al carajo :).

3 comentarios en «Sobre los porteños y las representaciones»

  1. yo soy porteña y que?? jamas lo ocultaria!!!!!! si, cuando me preguntan de que pais de europa soy, respondo soy ARGENTINA! o acaso ahora esta mal estar orgulloso de su pais y raices?..quien no lo esta? y lo del acento..es producto de la mezcla de español con italiano, por eso hablamos asi..yo no podria hablar de otra forma aunque quisiera..nunca ocultes tu acento porteño!!!

  2. Creo, Mont Blanc, que una cosa es el “orgullo” y otra la estrategia. Si me conviene, por alguna razón circunstancial, ocultar por un rato mi acento porteño -cosa que a veces hice, de todos modos, para lograr que otras personas en América Latina me entendieran más fácil- no veo que tiene de malo. No hagamos esto es una cuestión de “orgullo local”; se trata, ante todo, de comunicación. La política entra a la hora del análisis, pero ahí, en medio de la situación, lo que conviene es, simplemente, salir adelante de la mejor manera posible.

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