Descubridores, exploradores, turistas y mochileros

Descubridores, exploradores, turistas y mochileros

En su libro sobre los viajeros ingleses de entreguerras –1914 / 1939-, Abroad (1980), Paul Fussell distingue tres tipos de traslado: la exploración, característica del Renacimiento; el viaje, que se da en la sociedad burguesa; y el turismo, parte de la cultura popular de la posguerra. “Si el explorador se mueve hacia los riesgos (…) de lo desconocido el turista va hacia la seguridad del puro cliché. Es entre estos dos polos donde el viajero media y retiene todo lo que puede de la excitación a la impredecible adhesión a la exploración, y el fusionarse con el placer de “saber dónde está uno” perteneciente al turismo(Fussell, 1980:39). Para este autor, la literatura de viajes ha muerto, porque la experiencia vacía y organizada del turismo “causa la destrucción del viaje ‘real’ e [implícitamente provoca] el final de la ‘buena’ escritura. Las experiencias que informaban el género habrían desaparecido, si seguimos esta líneas de análisis, en manos de la mercantilización del traslado. Para dejarlo más claro: mientras viajaban las elites, había viajeros que buscaban descubrir cosas nuevas. Cuando el viaje se volvíó parte habitual de la vida de los trabajadores, hubo turistas que sólo quieren repetir las mismas experiencias de siempre.

La imagen del viajero moderno que construye Fussell (aún cuando, indudablemente, no sea una creación suya) es precisa: “un individuo occidental, usualmente hombre, “blanco”, de recursos independientes, observador introspectivo, literato (…) y, ante todo, un humanista” (Kaplan, 1996:50). Esta particular construcción imperialista y patriarcal del “verdadero” viajero, el único enunciatario “autorizado” para producir textos válidos, se puede encontrar claramente en la literatura de viajes que, desde tiempos de la colonia, los europeos han producido sobre el “resto del mundo”, tal como repasan Mary Louise Pratt (1992) y Edward Said (1978). Esas narrativas surgieron de una particular relación entre “textos” y experiencias, inscripto en un sistema político y económico que favorecía claramente a Europa por sobre las colonias. Es esa relación entre texto y experiencia la que desaparece en ciertas teorías sobre el turismo contemporáneo.

Una característica de los teóricos que condenan al turismo es el ataque contra lo que es visto como una “estandarización” del movimiento: el turista sólo viaja a lo seguro, a lugares cuyos recorridos han organizado otros, y en donde debe fascinarse sólo cuando se le diga. O sea: en donde las significaciones, las interpretaciones sobre paisajes y lugares se encuentran establecidas de antemano. “Esas agencias que cuadriculan la tierra, que la dividen en recorridos, estadías, en clubes cuidadosamente preservados de toda proximidad social abusiva, que han hecho de la naturaleza un producto (…) son las primeras responsables de la ficcionalización del mundo, de su desrealización aparente; en realidad, son los responsables de convertir a unos en espectadores y a otros en espectáculo” (Augé, 1997:16).

Es cierto que una de las características del marketing y la producción capitalista ha sido la homogeneización de los productos y servicios con el fin de abaratar costos y dar mayores ganancias, pero establecer que esa homogeneización económica se traslada directamente a la cultura nos retrotrae a los viejos problemas de la determinación base – superestructura y de la concepción de la cultura como reflejo de lo económico. Por otro lado, el posfordismo ha dado muestras de una importante capacidad de flexibilización de las capacidades de producción y de aumento de las posibilidades de oferta, que, en el caso del turismo, están ayudadas por el continuo mejoramiento de los medios de transporte. Una mirada del capitalismo que ponga el acento sólo en los procesos de homogeneización es, incluso en términos básicamente económicos, muy discutible.

En la experiencia moderna, la experiencia del turismo aparece, desde buena parte del análisis académico, como fuertemente negativa, enfrentada binariamente con la noción de exilio. “Las definiciones de sentido común de exilio y turismo sugieren que ocupan polos opuestos en la experiencia moderna del desplazamiento: el exilio implica coerción; el turismo celebra la elección. El exilio connota el extrañamiento de individuo de su comunidad original; el turismo demanda una comunidad a escala global (…) El turismo anuncia el posmodernismo; es un producto del ascenso de la cultura del consumo, el ocio y la innovación tecnológica. Culturalmente, el exilio está implicado en las formaciones modernistas de las bellas artes (high art) mientras que el turismo significa el anverso, como la marca de todo lo comercial y superficial” (Kaplan, 1996:27). Esta construcción binaria se apoya, en principio, en la conceptualización negativa del consumo, por un lado, y en la visión del exiliado como “víctima” de un sistema económico y político injusto, lo cual lo hace un objeto de estudio respetable para los intelectuales críticos. Es cierto que los gobiernos suelen estimular el turismo mientras hacen lo posible por poner trabas a los migrantes; pero lo que debe ser una lucha política por la igualdad de oportunidades y en contra de las concepciones racistas y xenófobas contra los que aparecen como “extranjeros”, no debe servir de coartada para construcciones epistemológicamente binarias -como la que sugiere el par migrante/viajero- que suelen reducir las complejidades sociales a modelos mecánicos y deterministas.

“En el lenguaje ordinario, el consumir suele asociarse a gastos inútiles y compulsiones irracionales. Esta descalificación moral e intelectual se apoya en otros lugares comunes acerca de la omnipotencia de los medios masivos, que incitarían a las masas a avorazarse irreflexivamente sobre los bienes”(García Canclini, 1995:41). Como en el viejo modelo del televidente, manipulado por medios todopoderosos, el turista no piensa: es sólo una unidad estadística llevada de la mano de aquí para allá, en tours cuidadosamente planificados. Una figura homogénea: para este tipo de textos, es lo mismo un viajero de tours que un mochilero; un usuario de hoteles de lujo que otro que sólo ocupa hoteles de unos pocos dólares, un visitante de Disneylandia que un turista de paso por un villorrio de América o África. El modelo del espectáculo termina por quitar de la agenda de investigación las diferencias entre los distintos tipos de consumo, y es inaceptable para aquellos que queremos estudiar, ante todo, las prácticas de quienes viajan.

No hay aquí la menor sugerencia de autenticidad: desde este punto de vista no existe ninguna experiencia “natural” o “auténtica”, ya que ningún espacio o paisaje tiene una significación “hasta que se le acuerda un lugar o una identidad en los mundos sociales y cognitivos de la experiencia humana” (Helms, 1988:20). No es más “auténtico” el mochilero que un turista de tours, en tanto ambos están inscriptos en lógicas de mercado e imaginarios particulares, que van desde el On the road de Kerouac hasta los canales de cable sobre viajes, y desde los relatos de terceros experimentados de forma directa -esto es, de forma no mediatizada, aunque en ellos ingresen transversalmente imaginarios difundidos por los medios- hasta la percepción socialmente positiva que suele darse a los viajes o a los viajeros. Sin embargo, considerar sin más que el modelo del mochilero o del “strictly budget” es sólo una forma folklórica de las vacaciones organizadas y comparable con las formas más caras del turismo (Prato & Trivero, 1985) sólo nos lleva a despreciar las diferentes prácticas sociales que rodean las distintas formas de viajar, así como los imaginarios que los informan.

Bibliografía utilizada

Augé, M. (1997) El viaje imposible. El turismo y sus imágenes. Barcelona, Gedisa, 1998

Fussell, P. (1980) Abroad: british literary travelling between the wars. Oxford, Oxford University Press, 1980.

García Canclini, N. (1995) “El consumo sirve para pensar”. En Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización. México, Grijalbo.

Helms, M. (1988) Ulysses’ Sail. An ethnographic odyssey of power, knowledge, and geographical distance. Princeton, Princeton University Press.

Kaplan, C. (1996) Questions of travel. Postmodern discourses of displacement. Durham and London, Duke University Press, 1997

MacCannell, D. (1992) Empty meeting grounds. The tourist Papers. London and New York, Routledge.

Prato, P. & Trivero, G. (1985) “The spectacle of travel”. En Australian Journal of Cultural Studies, vol.3 nº 2, december.

Pratt, M. (1992) Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación. Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1997

Robertson et al. (1994) “As the world turns”. En Robertson et al. (eds) Travellers tales. Narratives of home and displacement. London and New York, Routledge.

Said, E. (1978) Orientalismo. Madrid, Libertarias, 1990.

2 comentarios en «Descubridores, exploradores, turistas y mochileros»

  1. Denso, pero interesante. No me atrevo a comentar de lo q no conozco. Esas visiones elitistas me hacen acordar a una frase de “La calle de la media luna” de Paul Theroux: “Solo existen 100 personas en el mundo, el resto son solo numeros”, o algo as?, mi libro esta en Lima.

  2. Soy consciente de que la entrada trata de temas bastante densos y complejos; el original es m?s largo, pero decid? publicarlo en varias partes como para no agobiar. En los proximos dias habr? textos sobre los no lugares y las guias de viajes -a ver si por fin me hago tiempo.

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