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En “La caminata auditiva” Iain Chambers se preguntaba por algunas de las consecuencias sociales del walkman, un dispositivo que introdujo modificaciones importantísimas al segmento de la electrónica. Al mismo tiempo que un acto fuertemente privado y de rechazo por la interaccíón -aquel que se conecta al walkman se aisla en su propio mundo y se separa del entorno- este dispositivo nos permitió un nuevo tipo de relación con la ciudad. En cierta medida, al “musicalizar” de manera individual el espacio público -pensemos, simplemente, en lo que sentimos cuando caminamos por la calle con nuestros walkman enchufados- estamos participando de una tendencia social particular: la de disfrutar el mundo a partir de una serie de signos que se cruzan y resignifican. La música, de alguna manera, adquiere sentido para nosotros en ese contacto con el mundo. Y el mundo, claro, cambia, se modifica, se recrea, cuando lo vemos musicalizado con la banda de sonido que hemos elegido.

En el fondo se trata de eliminar la pregunta obvia: ¿escuchar música en nuestros walkman es sólo un acto individual? Desde ya que no; la elección de la música, las asociaciones que hacemos con otros signos o lugares están en relación con el entorno en el cual nos hemos formado. No escuchamos cualquier cosa, no nos gusta todo; el proceso de construcción de nuestros gustos está determinado por una larga serie de hechos casuales, azarosos, memorables, que difícilmente podemos calificar como individuales. Piensen en la música que más aman; seguramente podrán asociar hechos, personas, acontecimientos con ella.

Al movernos por la ciudad con nuestro dispositivo portátil de música, la estamos mirando desde un punto de vista en el cual se entrelazan las elecciones personales y las determinaciones sociales que nos permiten darle sentido, encontrarle un significado determinado a las cosas. Y participamos de una forma social cada vez más generalizada de observar nuestro entorno. Imponemos nuestra música por sobre el ruido del mundo exterior. Y lo hacemos porque sabemos que ese mundo exterior, de otra manera, nos impondría sus molestos sonidos. El walkman, entonces, es uno de los instrumentos con el cual negociamos con nuestro entorno para hacerlo más soportable.

Un walkman es además un compañero habitual de nuestos ritos diarios de traslado. Arriba del colectivo o bus, del tren, el subte o metro, la música la pone algo de sentido a la rutina. En ese espacio de movilidad cotidiana, nuestra banda de sonido cambia en algo, modifica, refuerza, suaviza, los aspectos de ese camino que conocemos de memoria pero que, justo hoy, parece haber cambiado porque esos sonidos llegaron a nuestros oídos.

Sobre las relaciones entre movilidad y sonido, pueden mirar el blog de Anne Galloway, que está desarrollando este tema en esta página (en inglés). Dos breves pero interesantes historias del walkman, ambas en inglés, se pueden ver en esta página y en ésta.

Bibliografía citada

Chambers, Iain (1995) “La caminata auditiva” en Migración, cultura, identidad. Buenos Aires, Amorrortu.

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