A veces, cuando comento sobre mis campamentos en medio de la selva peruana, o mis paseos por las cornisas del camino Coroico – La Paz, alguna gente me comenta, entre sorprendida y apesadumbrada, “hay que tener espíritu de la aventura”. Siempre me extrañaron esas observaciones. La verdad es yo nunca lo noté como algo “aventurero”, destinado a “ir más allá” de alguna cosa -mi vida cotidiana, por ejemplo. Más bien, siempre manifesté una particular extrañeza ante las posturas que entienden al viaje independiente como algo reservado sólo a gente muy particular.

Más bien creo que viajar de esa manera requiere de una serie de condiciones en nuestra vida cotidiana que, en muchas etapas de nuestra existencia, ya no podemos cumplir. Por empezar, necesitamos tiempo. Si en nuestro trabajo tenemos 15 días de vacaciones al año, out. Segundo, no estar atados a ciertos compromisos relevantes de nuestra vida, ya sea encontrarse estudiando o cuidar a los hijos :).

Más que espíritu aventurero, el viaje independiente es ante todo un producto de ciertas elecciones que tomamos en nuestra vida cotidiana. Separar tiempo -bastante tiempo- para salir a viajar no es una decisión gratuita, y a veces pagamos bastante caro -y no lo digo sólo por los pasajes, ja- cuando regresamos al entorno sedentario de todos los días.

Creo que voy a tener que sumar este tema -el viaje como una elección producto de nuestras condiciones materiales en la vida cotidiana- a mi lista de argumentos en contra de la oposición viaje – vida cotidiana.

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