Acerca del concepto de autenticidad

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Hace unas semanas, envié una ponencia para el Congreso de Turismo Cultural que se desarrollará a principios de noviembre en Buenos Aires, y que se puede leer en esta página. A propósito de mi trabajo, Alfredo Francesch -a quien por cierto no tengo el gusto de conocer- se tomó el trabajo de realizar una serie de críticas muy interesantes. Cómo el texto circuló en una lista de correo cerrada, lo publico en mi blog, para que gane acceso p+úblico. Le debo una respuesta; espero publicarla en los próximos días.

Turistas y autenticidad. En torno a “Turismo y autenticidad”, de Jorge Gobbi.

Alfredo Francesch

Quisiera, en principio, expresar mi acuerdo con una buena parte de los núcleos argumentales de Jorge Gobbi. El concepto de �autenticidad� como categor�a ontol�gica muestra deficiencias evidentes a la hora de practicar un an�lisis, por su naturaleza decididamente esencialista. En su lugar, el tratar la autenticidad como un conjunto de rasgos, configurados como signos y, consecuentemente, relacionales, parece prometer un examen m�s fruct�fero y disponer de m�s potencia heur�stica.

En este sentido, es cierto que la autenticidad, o mejor, el grado de autenticidad, se define en funci�n de las representaciones del observador, de sus �marcos narrativos� �en palabras de Gobbi�, que se presentan como �clasificaciones objetivas sobre la realidad�. No parece correcto, por tanto, limitar el dominio de estos marcos narrativos a los fen�menos tur�sticos en exclusiva. Muy por el contrario, lejos de aislar el fen�meno tur�stico, o las representaciones del turista, deben contextualizarse dentro de los sistemas y/o subsistemas socioculturales que constituyen el entorno vital del turista en sus periodos de vida ordinaria, no tur�stica.

Se produce, pues, un juego de v�nculos entre las representaciones habituales en la vida cotidiana del turista y sus marcos l�gicos de referencia, los conjuntos de rasgos diacr�ticos, las reglas de construcci�n que el �otro� pone en pr�ctica, y la puesta en escena del contacto intercultural, su realizaci�n en la praxis, las condiciones en que acontece la relaci�n entre el turista y el �otro�. Este �ltimo punto no es desde�able, pues, si prestamos atenci�n al ejemplo de Gobbi, en las horas menos tur�sticas los habitantes de la comunidad visitada pueden modificar las reglas de intercambio. (Puedo recordar c�mo en Santiago Atitl�n, Guatemala, era dif�cil eludir a los ni�os que a cambio de alg�n dinero se ofrec�an a guiar al visitante hasta Maxim�n; llegada la noche, tiempo sin turistas, lo dif�cil era encontrar a alguien que orientara a ese mismo visitante. Una experiencia hom�loga a la expresada en el texto de Gobbi.)

Las dificultades surgen desde el momento en que los marcos narrativos pueden ser de muy distintos tipos, pero no tanto a causa de las diferencias entre los entornos cotidianos de cada turista, sino a causa de las modalidades existentes en la pr�ctica del turismo. En otras palabras, si lo relevante son las pautas conductuales del turista, �stas se dan dentro de una gama de formas distintas que podr�an permitir ciertas clasificaciones, completamente independientes de la sociedad de origen del turista. Para ilustrar esta afirmaci�n podr�amos, por ejemplo, definir una modalidad como �turismo de playa�, aportando una serie de rasgos y pautas propios de este tipo de turismo. De este conjunto �o conjuntos� de rasgos y pautas podr�a extraerse por medio del oportuno an�lisis una serie de algoritmos l�gicos, �de verdades sobre el mundo� y otras representaciones de car�cter simb�lico, marcos narrativos compartidos por todos los participantes en el �turismo de playa�, pero independientes de que el turista provenga de Sidney o de Mosc�.

Si se acepta esta posibilidad, cabe una cierta categorizaci�n de modalidades tur�sticas. Esto, por supuesto, no es nada nuevo. Una gran cantidad de autores han tratado de construir tipolog�as del turismo y/o del turista, con arreglo a los m�s variados criterios . El punto que pretendo subrayar se centra en que, a mi juicio, cada modalidad de turismo contar� con marcos narrativos caracter�sticos, por lo cual las cuestiones de autenticidad no s�lo dependen de los elementos que he se�alado siguiendo a Gobbi, sino tambi�n de las formas de viaje, esto es, de los contextos e producci�n del acto tur�stico.

En mi opini�n, no es dif�cil convenir en que, por ejemplo, los �mochileros� y los turistas que viajan en paquetes todo incluido cuentan con marcos narrativos muy distintos. Al entrar en relaci�n con el enclave visitado, los distintos marcos narrativos no pueden sino generar percepciones muy distintas de la autenticidad del enclave y de sus habitantes. Aqu� la variable a considerar es la modalidad de viaje, y �sta es independiente tanto de las reglas de construcci�n de signos de la comunidad visitada, como de las condiciones en las que se produce el contacto, e incluso es independiente del propio turista, en tanto que individuo. Los marcos narrativos del turista no lo son qua individuo, sino como participante de una modalidad determinada de turismo.

Adicionalmente, se da el hecho de que la propia relaci�n entre el turista y los habitantes de los enclaves visitados presenta caracter�sticas muy peculiares en la modalidad de viaje en paquete (me detendr� en este tipo de turismo porque, aunque existen las razonables variaciones seg�n el pa�s de origen, una gran proporci�n de turistas escoge esta v�a para llevar a cabo su viaje). La empresa suele levantar disuasiones, impedimentos, dificultades de distintos tipos que hacen casi inaccesible una relaci�n cara a cara entre anfitriones e invitados. En general, el turista traba contacto con gu�as, recepcionistas de hotel, conductores, personal de restaurantes, vendedores de recuerdos, taxistas y otros trabajadores de las front regions (MacCannell, 1989). El flujo de signos pierde en esta forma gran parte de su inmediatez, pues son interpretados antes de llegar al receptor-turista, pero lo son por un tercero, por la agencia, el turoperador o dem�s sujetos se�alados en el texto.

Desde luego, el agente mediador no es exactamente el creador de las codificaciones que hacen inteligibles esos signos al reci�n llegado; m�s bien sintetiza, recoge y pone de manifiesto las representaciones m�s convencionales. Pero, sea como fuere, lo que aqu� se revela es que la autenticidad no es s�lo una representaci�n compartida entre turistas y nativos, sino tambi�n por los restantes agentes del sector. Es m�s, la modalidad de turismo en paquete completamente organizado, por su propia naturaleza, genera percepciones de autenticidad que no pueden darse en otras modalidades de viaje.

He venido realizando en los �ltimos meses un trabajo de campo en este terreno que me permite proporcionar alguna aportaci�n m�s emp�rica a esta �ltima afirmaci�n. Entre mis informantes parece producirse una pauta en la percepci�n, que podr�amos formular como una funci�n inversa entre el grado de autenticidad y la cercan�a a la empresa. Esto es, si el turista intuye o detecta un grado de relaci�n estrecho entre el enclave y sus habitantes y la empresa, asignar� un bajo grado de autenticidad a la experiencia. Pero imaginemos que el grupo hubiera de refugiarse en alguna comunidad, por una tormenta, o cualquier otro motivo, y que esa comunidad fuera completamente desconocida para gu�as, conductores, etc. En ese caso, la lejan�a proporcionar�a una poderosa sensaci�n de autenticidad a los turistas. (Es muy f�cil constatar esta funci�n entre cercan�a/lejan�a y autenticidad en el discurso de cualquier turista.)

Bajo esta pauta, las representaciones compartidas pierden algo de su peso. Una buena parte de la percepci�n de lo aut�ntico no vendr�a dada ni por los marcos narrativos de los turistas, ni del �otro�, ni por los contextos o formas en que se produce el intercambio de signos. El trabajo de campo me permite afirmar que una variable de enorme importancia es la presencia del agente empresarial. Pero hay que subrayar que est� importancia no se da por el papel de suministrador de narrativas y representaciones que se puede arrogar el agente empresarial, sino por su mera presencia.

En definitiva, en modalidades de turismo muy estructuradas las percepciones del grado de autenticidad dependen, en gran medida, de la sola presencia de la empresa. Otras consideraciones de car�cter m�s relacional pierden peso y quedan relegadas a modalidades de turismo menos r�gidas.

No pretendo, con estas l�neas, entrar en una disputa con Jorge Gobbi. Como ya he dicho, comparto las l�neas b�sicas de su texto. En realidad, considero que mi afirmaci�n tiene m�s bien una naturaleza complementaria respecto a sus aportaciones. Por ejemplo, la diferencia entre �viajero� y �turista�, diferencia producto del �sentido com�n�, que reproduce la divisi�n alta cultura-baja cultura, y que Gobbi critica, adquiere en mi planteamiento perfiles adicionales. No se trata, en efecto, de que el turista sea un �tonto cultural� (estereotipo recogido, por ejemplo, en el ir�nico t�tulo de Urbain, El idiota que viaja). Las diferencias m�s bien se originar�an en que el agente mediador cobra una presencia que s�lo se pone de relieve en el an�lisis del discurso del turista. Prima facie, este agente se limita a suministrar determinados servicios a cambio de un pago; una visi�n m�s atenta de la praxis conductual del turista pone de manifiesto que la presencia de la empresa incluso incide en las valoraciones en torno a la autenticidad: algo que se dir�a est� muy lejos de sus funciones y aun de sus posibilidades.

Es obvio que he restringido el examen a una forma muy concreta de turismo, si bien no es menos cierto que esa forma de viajar es muy com�n. Mi intenci�n ha sido proponer, en el an�lisis de la autenticidad, la atenci�n necesaria a las pautas conductuales del turista. Puesto que es bajo los contextos precisos de producci�n del acto tur�stico como se configuran las representaciones y las �verdades sobre el mundo�, es como cobran cuerpo las experiencias �ntimas de toda �ndole que persigue el turista al emprender su viaje.

BIBLIOGRAF�A CITADA

� COHEN, Erik: �Towards a Sociology of International Tourism�, Social Research, 39 (1), 1972.
� MacCANNELL, DEAN: The Tourist: A New Theory of the Leisure Class, 1989.
� PEARCE, Philip L.: �Towards Sustainable Socio-Cultural Tourism�, Journal of Sustainable Tourism, 3 (3), 1995.
� SMITH, Valene L. (comp.): Anfitriones e invitados. Antropolog�a del turismo, Madrid, Endymion, 1992.
� URBAIN, J. D.: El idiota que viaja, Madrid, Endymion, 1993.
� YIANNAKIS y GIBSON: �Roles Tourists Play�, Annals of Tourism Research, 19 (2), 1992.

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