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No esperaba nada de “Reality”, el último disco de David Bowie. Sus últimos intentos -“Hours” y “Heathen”- habían sido lo suficientemente flojos y decepcionantes como para hacerme perder las esperanzas. Tal vez por esa falta de expectativas, “Reality” no me pareció tan malo. Con Tony Visconti como productor, Bowie sigue explotando su costado crooner, y nuevamente hace dos covers, al igual que en “Heathen” -aquella vez los elegidos fueron Pixies y Neil Young. El turno es esta vez para Jonathan Richman (“Pablo Picasso”) y George Harrison (“Try Some Buy Some”).

Igual, no esperen mucho: el resultado sigue siendo mediocre y a la larga poco relevante. A esta altura es difícil creer que Bowie vaya a sacar algún otro disco importante en el futuro. OK: no pedimos un nuevo “Life on Mars?”. Nos conformamos con que no vuelva a sus peores épocas. Aunque mi amigo Alejandro Schell, un fan de Bowie desde hace largo tiempo, dice que “Reality” no es más que el “Never Let me Down” de esta década. Una manera delicada de decir, simplemente, que esta nueva entrega del Duque Blanco -si alguien conoce un mejor sinónimo me avisa- es simplemente una basura sobreproducida.

La mayor parte de las críticas que leí en medios especializados habla bastante bien del disco, lo cual no me sorprende. Pero recuerden: cuando Bowie saque su próxima entrega, también hablarán maravillas, y dirán, al pasar, que “Bowie se recupera del bajón de “Reality””. Los designios de la industria son fácilmente escrutables. Esperen y verán.

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